Conmoción entre los tradicionalistas

Que parecen los únicos réprobos en el universo mundo
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    Publicado hoy en LA GACETA
    El Vaticano ha decidido intervenir la congregación religiosa de los Franciscanos de la Inmaculada. Es una potestad de Roma que ningún católico puede negar. Cuando la Iglesia aprecia desviaciones morales, disciplinares, teológicas, administrativas… debe poner, y a veces pone, los correctivos que correspondan. Y encomiendan autoridad en el instituto a un comisario o delegado a quien todos deben someterse como si fuera su superior general. Los Franciscanos de la Inmaculada son una escisión de los Franciscanos Conventuales ocurrida por los años setenta del pasado siglo y que en estos días de hundimiento de las órdenes y congregaciones religiosas presentan un crecimiento notable. Afectos al modo extraordinario de la misa, aunque no lo mantienen en exclusividad, aparentemente eran un modelo de ortodoxia, piedad, pobreza, mantenimiento del hábito religioso, abundancia de vocaciones… Lo que no estábamos acostumbrados a ver en muchos otros institutos regulares. Digo aparentemente porque no hay constancia externa de desviaciones. Si las hubiere no son de momento conocidas.
    Acepto sin problemas que alguna dificultad interna habrá para que Roma adopte tan drástica medida. Pero sorprende no poco que las actuaciones romanas vayan siempre dirigidas a institutos tradicionales mientras que a los que se encuentran en total decadencia y en abierta contestación de algunos de sus miembros a la Iglesia misma sean objeto de una tolerancia que a no pocos se les antojará connivencia. Les ha tocado ahora la vez de las de bastos a los Franciscanos de la Inmaculada y bueno sería, para la propia autoridad de Roma, que nos hicieran saber a todos la causa de tan drástica intervención.
    Que tiene, además, sanciones inexplicables. Como la de prohibir a sus sacerdotes el modo extraordinario de la misa. Que según el motu proprio de Benedicto XVI, Summorum Pontificum, está al alcance de todo sacerdote católico. Con lo que la medida adquiere unos tintes de malignidad difícilmente comprensibles. Como si también se les prohibiera rezar el rosario o exponer el Santísimo. Cosas que no tienen nada que ver con la corrección de desviaciones en el instituto en el caso de que las hubiere.
    De ahí que no pocos hayan pensado que estábamos ante la reacción de dos personajes espesos, el prefecto de la Congregación para los Religiosos y su secretario, que han puesto de manifiesto su ojeriza por una misa con la que durante siglos se santificó la Iglesia. Y que han aprovechado la ocasión, con base para la misma o sin ella, de desautorizar la voluntad de Benedicto XVI respecto al modo extraordinario del rito latino que evidentemente les contrariaba. Involucrando además al Santo Padre en una medida que parece contradecir todas sus declaraciones de respeto y apertura a los demás. Porque no se entiende que los tradicionalistas vayan a ser de mucha peor condición que gays, judíos, musulmanes, protestantes o ateos para quienes raro es el día en el que no nos encontremos con alguna manifestación de respeto a los mismos. ¿O es que los grandes enemigos hoy de Dios y de su Iglesia son los tradicionalistas? No se le ocurre ni al que asó la manteca.
    Del confuso Braz de Avís y de Fray Carballo, aunque cupiera esperar cualquier cosa poco afortunada de ellos, nunca se pudo creer que podrían llegar a esos extremos. Que pueden superar la incompetencia para caer en la maldad y la prevaricación. Han sublevado al mundo tradicional, harto ya de condescendencias con todos menos para con ellos. Deben ser las únicas personas en el mundo que no se merecen consideración y respeto por parte de la Iglesia. Siendo como son católicos ejemplares. Al menos comparados con muchísimos otros que son objeto de tolerancias sin límites cuando no de connivencias más que dudosas. Hoy, la medida sobre los Franciscanos de la Inmaculada da la impresión a no pocos de que se trata de un ataque más, cobarde y torticero, a la misa tradicional. Obra de dos personajillos espesos y casposos que no serían nada sin el cargo que detentan. En mi tierra, que es la del fraile secretario que como tal firma tan preocupante escrito, abundan unos árboles, de escaso empaque y calidad maderera que se llaman como él. El fruto del carballo es la bellota. Y de mala calidad. No da para pata negra. Pues, qué quieren que les diga.
     

    http://www.intereconomia.com/blog/cigueena-torre/conmocion-los-tradicionalistads-20130804

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